Hijo Pródigo: Están llorando en el velero, el Padre, el Capitán y los fieles marineros.

Hijo Pródigo 


Es verdad que todos lloran tu ausencia en la tripulación del velero. Pero siguen navegando y anunciando el Evangelio. Al final se alegrarán cuando te vean regresar y te abrazarán para celebrar.


Gerwuer


Sonntag (Domingo)

☁️🌡️2°⛵️


Navegando desde hace ya mucho tiempo junto al Capitán del Velero, he podido comprobar que Él tiene todo el poder para controlar el viento y el mar.


He pasado por tiempos oscuros, he pasado por tiempos de dolor. En más de una ocasión el valle de las lágrimas ha visto mi aflicción. 


El agua de la Roca y el Maná del cielo han sido mi mayor sustento y mi aliento frente al calor y el agotamiento de estar vagando por el desierto. 


Mirando hacia el pasado puedo ver las huellas del Señor caminando siempre a mi lado. Buscándome una y otra vez cuando de su redil me alejé. Eso nunca lo olvidaré.


Puedo asegurar que Dios ha estado conmigo a lo largo del camino. Nunca me ha desamparado y siempre me ha sostenido, me ha guardado, me ha defendido. 


Cuando he tropezado por andar distraído, cuando he caído por seguir mis propios caminos, Él ha venido y me ha levantado. 


El buen Pastor, mas de una vez, me ha perdonado y nuevamente al redil me ha llevado. En sus brazos he sido cargado. Todas las heridas me ha curado. Su gran amor me ha rescatado.


Cuando he llorado por la partida de un ser amado, Él ha venido a mi lado y también conmigo ha llorado. 


El Señor entiende muy bien el dolor del ser humano, porque Él también sufrió al morir crucificado.


Ahora bien, no puedo olvidar, ni dejar de mencionar lo más glorioso y es que Jesús de la tumba se levantó victorioso. Venció la maldad, venció la muerte y la oscuridad.


Al pensar en su resurrección puedo entender y creer que no está todo perdido, no está todo terminado y al final del recorrido podré encontrarme con aquellos fieles que ya se han ido.


Yo sé que al final, cuando le vuelva a ver cara a cara, todas mis lágrimas serán para siempre enjugadas. Sus promesas me consuelan y me dan esperanza para seguir adelante a pesar de todo el sufrimiento que me toque enfrentar mientras navegue por este mar.


Así también ha ocurrido en el pasado con todos aquellos que en Él han creído, los que le han recibido, los que a sus pies se han rendido arrepentidos y por fe han renacido.


¡Qué bien me hace enfocarme en la verdad! ¡Qué bien me hace mirar el presente y el porvenir confiando que Él me sostendrá hasta el fin.


Me encanta recordar que: 

Cuando yo veo batallas, Dios ve la victoria. Cuando yo veo montañas, Dios las puede mover. Por eso no debo olvidar que: Si ahora veo vientos y olas en el Mar, Dios también las puede calmar. Yo sé que Él volverá y ese día reinará la Paz.

Es verdad que en algunos momentos es tan terrible la situación, tan oscuro el panorama que lo único que se puede hacer es doblar rodillas y orar postrado junto a la cama. 


Hay problemas, hay situaciones, pero también hay corazones que solo se transforman por la gracia del Señor como respuesta a nuestra constante oración.


Entiendo que, en muchos casos, lo más apropiado, cuando alguien está en tormento, es cerrar la boca y guardar silencio, pasar tiempo con el Señor en oración es lo mejor que puedo hacer cuando no tengo control, no veo solución, no veo ninguna esperanza de salvación.


Abro el Libro del Capitán y me detengo en un pasaje en el que ya muchas veces he reflexionado.


En el contexto de lo que hoy me detengo a leer puedo ver que Jesús estaba hablando sobre la alegría que hay en el cielo cuando un pecador se arrepiente y busca a Dios sinceramente.


Lucas escribe que Jesús...


“También dijo: 

Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: 

“Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.


No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.

(Lucas 15:11-13)


Seguro ya sabes cómo termina esta historia. El hijo menor termina en una pobreza total. Lo perdió todo, hasta su dignidad. Pero estando en la mugre y en gran necesidad se acordó de su Padre y decidió regresar.


“Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.
Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.

Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.
Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
Me levantaré e iré a mi padre, y le diré:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.”

(Lucas 15:14-19)


Amigo, amiga que ahora mismo estás leyendo... dime ¿Con cuál de los dos te puedes identificar en este momento?


¿Eres como ese hijo que se ha apoderado, antes de lo esperado, de todos los bienes terrenales que tanto había deseado?


¿Estas viviendo a tu antojo, gastando el tiempo y la vida, comiendo,  bebiendo, haciendo cosas prohibidas... haciendo lo que se te da la gana, lejos de casa, lejos de tu padre... pensando que tienes mucho por vivir, mucho por conocer, mucho placer por disfrutar... mucho por... qué se yo que más?


Probablemente esa no sea tu situación... porque en ese caso no creo que tendrías un momento para detenerte a leer esta reflexión.


Tal vez ahora estás en el chiquero con todos los cerdos, tratando de conseguir alimento. Puede ser que en esta condición tengas un momento para considerar tu situación, aunque también puedes estar tan mal que no puedes ni siquiera leer o meditar.


Veamos que pasó cuando este Joven reaccionó, despertó y regresó muy sucio a su hogar:

“Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.
Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.
Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
(Lucas 15:20-24)

¡Qué maravillosa celebración hay en el cielo y también en el velero cuando un pecador regresa pidiendo perdón!


Pienso que tú, que ahora mismo estás leyendo, puedes ser como el Padre, puedes estar llorando y pensando en tu hijo amado que se ha marchado para gastar todos los bienes que le has entregado.


¡Qué tremendo dolor se siente! ¿Verdad?

¡Cómo se nos desgarra el corazón al ver que, los que tanto amamos nos rechazan, nos ignoran, no quieren saber nuestra opinión!


Bueno... debes saber que así mismo se siente Dios por el ser humano pecador. 


Si mi querido amigo, si mi querida amiga... Así es como Dios te mira y me mira. Así ve Dios a la humanidad perdida.


Los seres humanos no queremos escuchar a Dios porque según decimos no nos hace falta su ayuda y su salvación. El Padre nos ha dado todo y es verdad que seguimos viviendo para satisfacer nuestro placer.


Me pongo a pensar cuán difícil es para un Padre ver que su hijo se hará mucho daño por apartarse del buen camino. En esos momentos es muy difícil no tratar de hacerlo regresar, pero hoy he llegado a entender que algunos hijos necesitan terminar alimentando cerdos, para luego recordar que en la casa de su Padre hay un trato especial y que, si regresan al hogar, nunca nada les ha de faltar, pero deben estar dispuestos a dejar todo el pasado atrás. Deben reconocer su condición y renunciar a su vida de tanta perdición.


Somos muchos los que hemos necesitado pasar por la dura escuela del dolor para aprender que solo en Jesús hay salvación. 


Me doy cuenta que necesito mucho tacto, necesito mantener la calma. Necesito cerrar la boca y abrir el alma frente a las personas que a Dios todavía rechazan.


El tacto consiste en mostrar un trato moderado, sereno, respetuoso ante el sufrimiento que otro está padeciendo y que probablemente uno mismo nunca ha llegado sufrir o vivir.


El tacto es amor, cuidado tierno, abrazo y contención. Es sanar heridas y escuchar al alma afligida.


El tormento mayor que hoy siento es el de ver que otros se están perdiendo, se están ahogando, pero aún se niegan y se resisten, patean y maldicen, no quieren ser rescatados.


Veo personas a mi lado que pueden terminar completamente destruidas  por rechazar al único que los puede salvar. Lo peor de todo es ver que se niegan a reconocer su perdida condición. Se niegan a recibir toda la ayuda, toda la bondad que viene de arriba. 


Nada se puede hacer con aquel que no se deja rescatar en este mar de la vida... puede sonar muy duro lo que digo pero hay que dejarlo que se hunda, que se sienta con el agua entrando en los pulmones y que pida socorro desesperado... solo ruego  que cuando llegue esa situación alguien pueda llegar a tiempo para rescatarlo y llevarlo a la salvación. Deseo que suba al velero y sea un marinero del Señor.


NO TEMAS MARINERO.

Si hoy los vientos y el mar sacuden la embarcación necesitas recordar aquella canción que un día salió de tu corazón antes de emprender con esta misión. 


Necesitas recordar la razón principal que te impulsó a navegar y cruzar al otro lado. 

Nunca te olvides que has sido llamado y eres amado.


Recuerda que todo comenzó aquel día en que, postrado en oración, le dijiste al Señor:


“HEME AQUÍ, ENVÍAME A MI” 




Ahora debes confiar y seguir la voz del Capitán, en la calma o en la tempestad, mientras brille el sol o estés rodeado de oscuridad. 


No te duermas. Recuerda que debes velar y orar, pero sobre todo, debes permanecer en Él porque, separado de Él, nada eres capaz de hacer.


Saludos y hasta la próxima... si Dios lo permite. Abrazo grande.


Gerwuer ⛵️



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